Del primer viaje en bici en la CDMX
- osegueraoso
- Jan 8, 2024
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Updated: Jan 15, 2024
El ilustre y prolífico autor Ángel de Campo, mejor conocido como Micrós, hizo el relato de un viaje en bici en la muy noble y primigenia Ciudad de México. La columna se publicó el 16 de marzo de 1896.
Ángel de Campo estuvo siempre atento a lo nuevo, ese es un rasgo que cualquiera que se acerque a su obra advierte de inmediato. Hay quien asegura, por ejemplo, que fue uno de los primeros mexicanos en montar en bicicleta: “De Campo es el primer cronista que observa la ciudad desde una bicicleta”, afirma Héctor de Mauleón, en el prólogo del libro Ángel de Campo, de Ediciones Cal y Arena.
Su deambular de cronista, entonces, no se restringía a la mirada, era un hombre que ejercía en el mundo. En la crónica que dedica a la bicicleta, precisamente, sostiene que el nuevo vehículo es el relámpago: “El complemento de este hombre contemporáneo, que usa sombrero con ventilas, lentes para la miopía, dentadura postiza, faja de gimnasta y monta en bicicleta, como si las piernas fuesen despreciables órganos de locomoción”, escribió De Campo.
La crónica de ese viaje se las dejamos en esta entrada para que vivan y revivan esa sensación de andar en bici hace dos siglos y los retos y dificultades que debían sortearse entonces, nada muy diferente de lo que ocurre en la modernidad del siglo XXI.

Velocípedos y bicicletistas (título original de Micrós)
"Más de dos lustros han pasado quizá, desde aquel entonces. Había en un costado de la Alameda, además del secular volantín, con los mismos caballos de pesadilla, la misma música ingrata y un público más inocente en sus juegos, había, digo, un ferrocarril de madera movido por tracción humana; locomotora de modelo primitivo, vagones tan bajos de techo que hasta ellos llegaban las cabezas de las pilmamas, y asomando por las ventanillas, y montados en la caldera, y cometiendo la gravísima imprudencia de subirse al vehículo durante el movimiento, viajaban por una calzada (ida y vuelta) muchos niños, que con el mismo boleto, si no me engaño, tenían derecho a escoger algún juguete de mínimo precio, en una mesilla colmada de títeres, microscopios de bomba de cristal con agua, sifones y pitos.

"Mas aquella lenta máquina no valía con mucho, en los criterios infantiles, lo que un paseo sobre borrego de deveras o un velocípedo; el velocípedo era la última palabra del peligro, de la celeridad, del atrevimiento; treparse en un velocípedo, pedalear con furia hasta que volaban las cintas de la gorra que tenía un letrero "Intrépido", pedir paso a gritos, poner en fuga a los canes, traer el ¡Jesús! a la boca de las cuidadoras, era realizar una empresa tan arriesgada como varonil.
Eran de tres ruedas y pintados de rojo, chirriaban a cada vuelta; y a veces fingían un corcel de palo, y avanzaban menos que un ratero en su fuga.
"¡Pobres velocípedos de la Alameda; infeliz audacia de los niños; ridícula barahúnda de la máquina, me digo ahora, que ha llegado el momento histórico de los caballos de vapor, la moda del siglo XX, y las bicicletas!

"Aquello era algo como una diligencia; la máquina de hoy es el relámpago; es, por decirlo así, el complemento de este hombre contemporáneo, que usa sombrero con ventilas, lentes para la miopía, dentadura postiza, faja de gimnasta y monta en bicicleta, como si las piernas fuesen despreciables órganos de locomoción...
"Viejos y muchachos, hombres y mujeres, fuertes y débiles se proporcionan una, para correr por esas calles de Dios, como si hubiese cundido una epidemia de velocidad. Aquel que con todo y sombrero valdrá veinte reales, jinetea un aparato de doscientos pesos: es un cobrador que da alcance a los deudores morosos; aquel otro gordo, colorado, sudoroso, es un buen solterón que ciclea por higiene; el ciudadano con faz de remordimiento es un médico extranjero que mata con prontitud y esmero; hay licenciados que sacan tres cuerpos y medio al dueño de la casa que los sigue; aficionados que hacen su aprendizaje asustando viejas y desafiando calandrias, y señoritas americanas que con una constancia sajona, trabajan sus ocho kilómetros diarios, porque así se usa en Inglaterra.
"La bicicleta es, además, un pretexto para enseñar a andar y a caer en las calles solitarias a las amigas que lo solicitan; y para librarse, en lo que cabe, de tomar trenes, crustáceos con ruedas, evitar los tumbos de un coche de a peseta y recorrer todas las calles sin que nadie piense en llamar vago al que mata el tiempo con velocidad de huracán; pero de los vagos de Plateros, parásitos de escaparate, estorbos de pie a tierra a los ciclistas, son preferibles los segundos, porque siquiera no tienen tiempo de saludar, ni piden dispensa de una palabra y pagan contribución mensual: son, pues, menos vagos."
Fotos: Periódico El Universal
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